Recientemente perdí a un ser querido; mas este no es un relato acerca de la muerte sino de la vida. Mi amiga Audrey nació en 1930 y yo llegué con la primera tanda de baby boomers. Sesenta y cuatro años después, nos conocimos en una comunidad creada para que adultos LGBTQ mayores tuviesen un lugar ameno donde vivir. Audrey y su esposo Bill fueron de las primeras parejas heterosexuales en mudarse ahí. Cuando mi esposo, también llamado Bill, y yo llegamos, el lugar era una mezcla de personas deseosas de compartir su humanidad.

Audrey pasó mucho tiempo guiando a jóvenes universitarios y fue profesora del programa de enriquecimiento de la Universidad de Oklahoma.

Íbamos a la Ópera Metropolitana y otras presentaciones, oíamos jazz en vivo y atendíamos discursos, compartíamos cenas los días festivos y los de pesar. Lo que más teníamos en común era que nuestros esposos estaban enfermos y el tiempo se les acababa.

A lo largo de todo, Audrey siempre era divertida. Un grupo se reunió para una tarde de damas para compartir bocadillos e historias. Las de Audrey eran las mejores. Ella cruzó el océano en barco para hacer un tour de posguerra en bicicleta. ¿Jóvenes americanos en bicicletas? Los europeos estaban asombrados de verlos. Su primer trabajo después de graduarse fue en Texas.

Como era una mujer soltera, el banquero le dijo que necesitaba “la firma de su papá” en la solicitud de crédito. Audrey respondió cerrando su cuenta. En Oklahoma, supervisó el dormitorio donde se hospedaron las primeras estudiantes negras de la institución. Hubo rumores de que una turba estaba por asaltar el edificio en protesta. “Mas no pudieron entrar”, dijo Audrey con una sonrisa.

Recientemente perdí a un ser querido; mas este no es un relato acerca de la muerte sino de la vida.

El tiempo pasó, como siempre lo hace. Nuestros esposos fallecieron y la salud de mi amiga se deterioró. Audrey era todavía Audrey, de buen ánimo y de mente intacta, a pesar de las limitaciones físicas. Eventualmente se mudó al centro de enfermería especializada y su habitación siempre estaba llena de invitados y de risas cada vez que la visitaba.

Un mes después, Audrey fue llevada de urgencia al hospital debido a un coágulo de sangre en un pulmón. Llevaba puesto un brazalete de No Resucitar en su muñeca, pero el personal lo ignoró. Por primera vez la escuché quejarse. Estaba lista para morir. ¿Por qué el equipo de emergencias la resucitó? Lo hecho no se podía deshacer, regresó al hospicio con la orden de que le trajeran un cóctel cada tarde a las 4:30.

Entonces llegó el COVID-19 y no aceptaron más visitantes. Tendría que conformarme con llamadas telefónicas. Hablábamos más que todo de las noticias y de personas que habían fallecido. “Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno,” (Salmo 23:4) tenía ahora un nuevo sentido.

Mientras más añoraba su presencia, real o no, más cuenta me daba de lo agradecida que estaba de tener seres queridos. Audrey murió en junio, una semana después que su hija llegó para visitarla a través de una ventana. Se planificó un funeral para que amigos cercanos y familiares pudieran ver de forma remota.

Solo cinco de nosotros asistimos en persona. Por pedido de Audrey, el ministro leyó el poema de Mary Elizabeth Frye que nos pide no llorar, que deberíamos buscar a Audrey en el viento y en la lluvia, en el vuelo de los pájaros y en las estrellas de la noche.

Tal vez no estaba escuchando. No podía dejar de sentir que mi sabia, sincera y compasiva amiga merecía una mejor despedida. Después me senté molesta en un banco afuera que daba a su tumba. Fue entonces cuando algo casi chocó con mi cara. No pude evitar ver una brillante y hermosa mariposa, el símbolo de la vida y de la muerte, de espíritu y transformación, pasar volando frenéticamente. Sin esperarlo, me sentí consolada. Audrey me estaba diciendo que su espíritu vivía. ¡Ella era libre!

Acerca del autor

La periodista Jane Salodof MacNeil es una editora médica retirada que ahora escribe las novelas que por fin tiene tiempo de terminar. Vive en Santa 46 La Palabra Diaria Fe, New Mexico.

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