Mi viaje no fue acerca de encontrar una cura; sino de entregarme al Espíritu.

Como oradora y cantante, dependo de mi voz para vivir. Además de mi compañía educativa donde puedo llegar a hablar hasta con 500 estudiantes a la semana, sirvo como líder espiritual en mi iglesia Unity. También soy esposa, madre y abuela, y generalmente tengo algo que decir respecto a casi todo.

Hace dos años, pasé por un camino de transformación mediante la entrega, la acep­tación, y la fe, que me cambió inclusive a nivel celular.

Del malestar pasé al diagnóstico y al miedo

El viaje comenzó lentamente. Al princi­pio, pensé que mis alergias de verano se habían salido de control. Entonces comencé a perder la voz. Los medicamentos no me ayudaron, y me sentía cada vez peor. Me estaba preparando para dos semanas de viaje y pensé que esto ayudaría; que un entorno diferente aliviaría mis alergias y molestias.

En vez de ello, llegué a casa exhausta y hablando con dolor. Me sorprendió saber que mis cuerdas vocales eran la causa. Había un quiste en una y una rup­tura severa en otra. La doctora me explicó que el quiste probablemente sería permanente, pero con el tiempo y terapia la ruptura podría sanar, permitiéndome hablar y tal vez incluso cantar, aunque con un rango limitado.

Mi médico me habló de los beneficios del masaje y la medita­ción antes de entregarme un menú modificado de los alimentos que se me permitiría comer. Estaba confundida. Ella me explicó que mis síntomas no se originaron en mi garganta, sino que ocurrieron debido a que el reflujo gastroin­testinal me estaba quemando las cuerdas voca­les. ¿La causa? Estrés y falta de autocuidado. ¡Esto no es posible!, exclamé. ¡Doy clases de autocuidado!

La parte inicial de mi tratamiento consistió en no producir ningún sonido por tres sema­nas. No había escapatoria, solo horas intermi­nables de sentimientos de culpa, tristeza y pena.

Y, cubriéndolo todo, estaba el miedo de que yo nunca iba a poder volver a trabajar. ¿Y ahora qué? Me inquietaba la pregunta "¿Quién soy yo si no puedo hablar o cantar?"

No recordé éién soy, sino qué: un espíritu vestido con piel humana, viviendo, moviéndome y teniendo todo mi ser en Dios.

Entregarse al Espíritu

Dejé que los sentimientos me invadieran en oleadas y se esfumaran, sabiendo que la única forma de llegar al otro lado era caminar a través de ello. Lloré y sentí pena por mí misma.

Me permití sentir cada sentimiento, pensar cada pensamiento hasta lograr una entrega total.

No recordé quién soy, sino qué: un espíritu vestido con piel humana, viviendo, moviéndome y teniendo todo mi ser en Dios. Abrí mis manos y respiré profundamente. Me sosegué. Dirigí mi conciencia hacia la fuente de mi ser, abriéndome y haciéndome nuevas preguntas: ¿Qué me puede ofrecer esta experiencia? ¿Qué puedo aprender?

Dejé de orar por algo que me arreglara y comencé a cambiar. Conté mis bendiciones. Envié oleadas de gratitud por todo mi cuerpo, agradeciendo a cada órgano, a cada célula por mantenerme viva y enérgica.

Una nueva oración: Gratitud y gozo

Recordaba la ale­gría que sentía al enseñar y cantar, la conexión absoluta y el sentido de propósito que apreciaba en cada palabra, cada canción, y permití que esos sentimientos de gozo irradiaran a través de mi cuerpo.

Comencé a creer que volvería a hablar, y pudiera o no enseñar o cantar de nuevo, sabía que estaría bien. Abracé esta conciencia y per­mití la pérdida. Medité, oré y seguí todas las instrucciones de mis médicos. Con el tiempo podría volver a hablar mientras continuaba la terapia vocal.

Entonces llegó el momento de volver a exa­minar mis cuerdas vocales. La doctora me pidió que usara mi teléfono celular para registrar sus hallazgos. Mientras me mostraba las imágenes, me explicó que en sus 28 años de práctica sólo había conocido a otra persona que se sanó de un quiste en las cuerdas vocales. Al empezar a correr la grabación del video, dijo: "Ahora sé de dos".

No podía creer las cuer­das vocales que vi, aparte de una pequeña araña de venas donde había estado el núcleo de la rup­tura, mis cuerdas vocales estaban totalmente sanas. El quiste simplemente desapareció.

Mi viaje no fue acerca de encontrar una cura; se trató de una sanación a un nivel más allá de mi cuerpo. No se trató acerca de si volvería o no a hablar y cantar de nuevo; fue acerca de acoger el silencio. No se trató de ganar una batalla; fue acerca de renunciar y entregarse.

No hay palabras para expresar la gratitud que siento por poder regresar a la vida que tenía, pero ya no doy ni una sola palabra por sentado. Y cuando canto hoy, con una voz más fuerte que la que tenía antes, siento el fluir de Vida Divina expresándose plenamente a través de mi ser.

Acerca del autor

Trish Yancey, CSE, LUT, se desempeña como líder espiritual en Unity of Sebring, Florida. Ella es autora del libro en inglés The Heart of Prayer (El corazón de la oración) y otros libros para niños.

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