No existe el tiempo en el Espíritu. Aprendí esa lección el verano en que perdimos nuestro árbol de manzanas durante una tormenta. Los fuertes vientos sacaron de raíz nuestro hermoso árbol cargado de frutas. Así como fue triste, el momento preciso lo hizo aun peor. 

Mi esposo, Denny, es un actor de representaciones históricas de Fort Osage, un fuerte construido a principios de los 1800 en Kansas City. Le apasiona su pasatiempo y lo hizo como  voluntario por muchos años, vestido según la época. Interpretaba a una persona de French Osage que estaba en la lista del fuerte: Jean Marie le Castore. Durante los festivales de fin de semana, educaba a los visitantes desde la perspectiva de un nativo y enseñaba a los niños acerca del tiro con arco tradicional.

Había esperado con emoción su oportunidad de participar en el aniversario núm 200 de la expedición de Lewis y Clark con un grupo de actores. Repetirían la travesía por el río Missouri, la cual estaba programada para el mismo fin de semana en que nuestro árbol cayó.

Denny se había preparado por meses, creando artefactos auténticos, desde armas hasta utensilios de comer; desde joyería hasta vestimentas. Había perfeccionado su personaje, al punto de aprender algunas palabras del idioma Osage con un CD que le regaló un anciano local.

Los actores del fuerte son como una familia, además de ser enciclopedias ambulantes de la historia norteamericana. Denny había puesto su alma en ese proyecto. Mas tenía que atender el árbol caído, él pensó que no tenía más opción que desistir. Yo sabía más que nadie con cuánta emoción él esperaba esta oportunidad.

Además de sentirme triste por mi esposo, yo tenía fiebre y bronquitis, por lo que mis ánimos estaban por el piso esa lluviosa mañana de jueves después que cayó el árbol. Tratando de sobreponerme a mis sentimientos, tuve una franca conversación de una vía con Dios acerca de porqué mi esposo merecía su fin de semana especial. No porque pensara que podía cambiar las circunstancias, solo necesitaba desahogarme. Culminé mi rabieta exclamando, “¡Me rindo!” Después de ventilar mi energía emocional, traté de salirme de mi espiral negativa diciendo algunas afirmaciones. 

En ese momento no lo veía, pero ahora lo sé: La conexión de la mente, cuerpo y alma no responde solamente a las palabras. Mis expresiones de estrés y molestia me abrieron para darle acceso al poder de la renuncia y a liberar la ilusión de control.

Dejar ir y dejar a Dios actuar

En ese momento, no estaba practicando la entrega espiritual de manera consciente. En mi cansancio y frustración, me rendí. Al menos eso pensé. No me había dado cuenta de que había comenzado a dejar ir y a dejar a Dios actuar, el proceso de reconocer el orden del universo y abrir la puerta a los resultados positivos y sorpresivos. En ese momento no lo veía, pero ahora lo sé: La conexión de la mente, cuerpo y alma no responde solamente a las palabras.

Mis expresiones de estrés y molestia me abrieron para darle acceso al poder de la renuncia y a liberar la ilusión de control.  

Esta perlita de comprensión, de que no hay tiempo en el Espíritu, comenzó a aparecer a solo minutos después de mi entrega. Oí un ruido afuera y estaba algo confundida cuando miré por la ventana. Vi dos camionetas frente a mi casa. Una jalaba un remolque grande, conducido por Pat, el esposo de Sheila, una compañera de trabajo de Denny. El jefe de Denny, Deren, manejaba la otra camioneta. En ese momento Deren llamó para decirme que iba a cortar el árbol en pedazos y a remolcarlo. Ellos sabían cuánto significaba el siguiente fin de semana para Denny y condujeron hasta nuestra casa para sorprenderlo.

¡Estaba muy contenta! Su generosidad y amabilidad me abrumaron. El momento preciso fue una demostración del orden divino. Entonces me di cuenta, de que aun estando tirada en la cama, sintiéndome triste y abatida, aun estando orando por ayuda, ésta ya estaba en camino. Es más, estaba a la vuelta de la esquina.

El orden divino: Siempre trabaja para bien

Y eso no es todo. Hay otro capítulo, una precuela que cierra el círculo de esta historia y demuestra que no existe el tiempo en el Espíritu.

Al comienzo del año, compramos una camioneta y le ofrecimos la vieja y destartalada a Pat y Sheila para que la usaran en su granja. Sabíamos que Pat, quien tenía un negocio de automóviles, podría arreglarla. Estaba conduciendo la camioneta el día que vino a llevarse nuestro árbol caído. Cuando salí a agradecerles su ayuda, Pat respondió: “¡Tú me regalaste la camioneta!”

Ese día me recordó que nunca sabemos qué pasará, mas puedes tener fe de que todo saldrá bien.

Acerca del autor

Peggy Pifer ha servido 44 años en la Sede Central de Unity. Se desempeña como desarrolladora de aplicaciones en el departamento de TI. Ella y Denny viven cerca de Kansas City, Missouri.

Peggy Pifer

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