A una temprana edad aprendí que si pongo a Dios primero, todo lo demás sale como debe ser. Tuve que aprender esta lección recientemente cuando varias crisis personales convergieron para demandar mi atención y aminorar mi tiempo con Dios.

Mi familia se vio abrumada por una serie de diagnósticos médicos: mi esposo fue hospitalizado y se le dijo que requería una cirugía mayor. Después de diez días en el hospital, fue dado de alta, con indicaciones de descansar y prepararse para la próxima operación.

Al poco tiempo de llevar a mi esposo a casa, nuestro hijo fue hospitalizado con una enfermedad seria que requería transfusiones y otras intervenciones médicas. Afortunadamente, se recuperó lo suficiente y fue dado de alta cuatro días antes de la operación de su padre.

Yo prácticamente viví en el hospital por semanas. La operación de mi esposo fue un éxito y fue dado de alta una semana después. Yo me mantuve ocupada cuidándolo, ya que no se le permitió conducir. Me tocó llevarlo a las citas médicas de seguimiento y asumir muchas de las cosas que él hacía antes de enfermar. 

Me sentí estresada, cansada y hasta resentida porque no tenía tiempo para mí. Mi cuidado personal se había ido por la ventana. Añoraba tener tiempo para escuchar música, leer y hacer ejercicios. Más que nada, quería pasar tiempo con Dios.

Perdiendo nuestras prácticas espirituales

Como regla, hago tiempo durante el día para ir a ese lugar en mi alma donde estoy a solas con Dios. Es ahí donde hallo paz, tranquilidad y gozo para enfrentar el día. No había apartado tiempo para aquietarme.

A veces podemos estar tan ocupados y tener tantas exigencias, que nuestro tiempo sagrado es a menudo lo primero que dejamos de lado.

Después de pensarlo, supe el porqué. Recordé que nuestros pensamientos crean nuestra realidad y me di cuenta de que nuestras acciones, tales como los esfuerzos constantes de cuidado médico y el estar siempre atareada, habían ocupado el tiempo de mi práctica espiritual.

Mi cuerpo y mi alma estaban sintiendo los efectos.

Creo que esto nos pasa a todos en algún momento. A veces podemos estar tan ocupados y tener tantas exigencias, que nuestro tiempo sagrado es a menudo lo primero que dejamos de lado.

Tal vez hacemos esto por la misma razón que descargamos nuestro mal humor en quienes más amamos y nos aman. Sabemos que podemos expresar nuestra rabia y resentimiento y esas personas nos amarán igual. De la misma manera, sabemos que no nos falta el amor divino, sin importar lo que hagamos. Entonces se nos facilita posponer nuestro tiempo de comunión sagrada.  

Revitalizando nuestra conexión espiritual

Estaba cansada de sentirme infeliz y decidí hacer un cambio. Nunca he sido de levantarme muy temprano, pero había oído de los méritos de hablar con Dios en las mañanas. La mañana siguiente, estaba levantada antes del amanecer. Me emocionó escuchar el canto de los pájaros, estaba maravillada por la luz del alba y percibí que el cielo es una obra maestra llena de color.

Después de disfrutar de la salida del sol, tuve tiempo de leer inspiraciones, las selecciones favoritas de la Biblia y de orar. Sintiéndome renovada, saludé a mi esposo con un alegre “buenos días”, antes de disfrutar del desayuno.

Al continuar encontrándome con Dios en las mañanas, mi vida cambió para bien. Fui capaz de hacer las cosas que necesitaba y asistir a mi esposo sin sentir estrés.

Fue maravilloso darme cuenta de que dedicar tiempo a Dios también significaba tomar tiempo para mí.

Acerca del autor

Peggy Toney Horton es una contribuyente de la columna "Essays on Faith" del Charleston (W.Va.) Gazette-Mail. Su trabajo también aparece en varias publicaciones impresas y en línea. Vive en West Virginia.

Peggy Toney Horton

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