Cómo un lápiz se convirtió en la varita mágica que rompió un hechizo tras otro.

Tenía que hacer algo. Tenía que cambiar mi mente. No podía seguir andando arduamente por el mismo camino desgastado; estancándome como el agua que queda atrapada en un canal sin quererlo. Necesitaba cavar un canal nuevo, pero no encontraba la pala.

Obligarme a mí mismo a tener nuevos pensamientos simplemente no funcionaba. No se pone fin al condicionamiento habitual tan fácilmente.

Necesitaba tomar acción.

Comencé a hacer anotaciones en un diario de agradecimiento.

Durante un año, me levantaba todas las mañanas para sentarme con mi página en blanco y un lápiz. Escribía: "Me siento agradecido por...", y esperaba. A veces me tardaba un poco, pero siempre se me ocurría algo. Aunque no lo sintiera tanto, lo escribía de todas formas. La acción precede a la transformación interior.

A menudo escribía sobre las mismas cosas —mi esposa, mi trabajo, mi hogar. A veces se colaban momentos fugaces —el color del cielo, el vuelo de un colibrí, el olor de la sopa de cebolla francesa.

Era fácil algunos días. Y difícil otros días. Hasta que comenzó a tomar control cierta tenacidad, una perseverancia resistente. No me las iba a jugar con esto. Mi ego estaba de por medio. Hacía, pues, lo que fuera necesario.

Semanas después, algo comenzó a cambiar. Esperaba deseosamente mi escritura mañanera. Era una oportunidad para declarar, para decir la verdad sencilla sobre la vida que llevo, para proclamar y recopilar evidencia de que la vida tiene valor infinito y rebosa de tanta belleza como para robarnos el aliento. Es bien raro que uno pueda decir cosas auténticas. Generalmente, la gente frunce el ceño ante ello durante conversaciones educadas. Los demás te miran como si estuvieses borracho.

Meses después, comencé a notar un cambio más profundo y sutil. La práctica diaria de escribir ejemplos precisos de gratitud me hizo mirar mis experiencias con otros ojos. En mi día a día, rastreaba la periferia —como un depredador— en busca de belleza, gracia y generosidad en el mundo; cosas por las cuales estar agradecido. Como tenía una asignación de escritura en pocas horas, me mantenía vigilante —con mis ojos bien abiertos— en busca de la abundancia. ¿Y saben lo que ocurre cuando se busca algo? Se encuentra.

Éste es el poder secreto del diario de agradecimiento. A final de cuentas, el cuaderno no importa, pues es sólo las sobras tras el festejo. No es el producto lo que te cambia —es el proceso. El diario de gratitud es sólo una herramienta, una pala para cavar un nuevo canal en el que pueda fluir la mente agitada.

Antes de anotar mis agradecimientos en un cuaderno, pasaba horas entre preocupaciones y miedos, convencido de que me tenía que proteger ante las arremetidas inevitables de un mundo indiferente y navegar un mar de seres humanos ligeramente peligrosos, todos trabajando por objetivos contrarios. Vivía con estrés. Tras escribir en mi diario de gratitud por un año, se reprogramaron estos antiguos hábitos de pensamiento. Se me cayeron las escamas de los ojos, y comencé a ver el mundo como un campo de posibilidades infinitas —un hogar caritativo, hermoso, que nutre, y está lleno de personas creativas, todas trabajando hacia el bien según mejor lo entienden.

Yo no cambié al mundo. Cambié la manera cómo veía al mundo.

Y entonces ocurrió el cambio final, más sutil e importante. Surgió un entendimiento desde la médula de mis huesos. Con la autoridad de mi propia experiencia, llegué a conocer algo que antes solamente sospechaba o había leído indirectamente en los grandes clásicos de espiritualidad, como el "Canto de mí mismo" de Walt Whitman. Llegué a conocer que yo era uno con la fuente sagrada de todas las cosas, un miembro integrante de una red interconectada del ser. Hice las paces con las paradojas y declaré un armisticio perpetuo conmigo mismo. Mi confusión conflictiva dio paso a una confianza serena. Mi expresión facial de ansiedad dio paso a una sonrisa. Comencé a reír más fácilmente y a llorar más profundamente. La luz regresó a mis ojos. Dejé ir la necesidad de controlar, la cual nació del miedo de que no hay suficiente. Volví a mi hogar en mí mismo, y descubrí que era un lugar muy bueno para vivir.

¿Quién hubiese imaginado que un lápiz y un papel pudieran lograr todo esto? 

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