¿Acaso encajo en alguna religión?
Encontrando un mensaje de bienvenida de amor y aceptación divinos
El nombre de la religión en la que nací es de poca importancia.
He escuchado historias de otras personas de diferentes religiones que pasaron por experiencias similares, al igual que he escuchado hermosas historias de amor y conexión asociadas con la religión en la que fui criada.
Aun así, fui educada en un hogar religiosamente opresivo. Los dogmas que contaminaron mi corazón fueron:
- El sexo es un pecado mortal a menos que estés en un matrimonio heterosexual.
- Los chicos siempre serán chicos hasta que sean hombres y entonces son infalibles.
- Irás al infierno a menos que guardes una religión en particular.
Estos dogmas estaban tan vinculados con mi familia, que era difícil saber dónde acababa la religión y comenzaba mi familia.

Nuestro sentido de valía era medido por la severidad de nuestros “pecados”. Uno de mis hermanos mayores por poco fue desheredado cuando anunció que era gay, mientras que otro miembro de la familia (quien me acosó sexualmente cuando era una niña) fue elogiado por mis padres porque permaneció dentro de la iglesia.
Mis “pecados” me ponían en algún punto en el medio. Ya que no hay ningún pasaje de la Biblia que diga “una mujer no se acostará con otra mujer”, anunciar que yo era lesbiana en la década del 2000 no fue algo tan malo para mí como lo fue para mi pobre hermano, quien lo anunció en la década de 1980.
Sin embargo, eso definitivamente no me ayudó a obtener un pasaporte para ir al cielo. El verdadero disgusto ocurrió cuando le dije a mi madre que ya yo no era miembro de la iglesia.
Encontrándome a mí misma, sintiéndome desconectada de Dios
Una crece aislada cuando constantemente se siente menos que los demás, o incluso mala, porque sabe que es diferente de sus compañeros y familiares. Me sentía desconectada de todos y de todo, incluso de Dios.
Recuerdo el día en el que abandoné mental y emocionalmente mi antigua iglesia. Comencé a cuestionar el concepto del pecado original y decidí que yo no quería ser parte de una religión que creyera que un bebé era algo menos que perfecto.
En la universidad, me tambaleaba en una línea fina entre el agnosticismo y el ateísmo, y traté de evitar cualquier cosa que a distancia oliera a religión.
Donde hubo odio, déjame sembrar amor
No fue hasta que conocí a Monique que comencé a cuestionar mi propia fe. Monique era uno de mis enamoramientos del mes. Era una estudiante de farmacia, mientras que yo era apenas una estudiante sin título; ella era inteligente, hermosa y una cristiana devota. Me invitó a ir a un servicio religioso con ella y, en un intento por impresionarla, acepté. Pero aquello no salió bien.
“¿Cómo pudiste llevarme allí?”, grité después del servicio.
“¿Qué tenía de malo?”, defendió ella.
Ella tenía un punto. ¿Qué tenía de malo?
No mencionaban el pecado ni el infierno. La gente era amable y complaciente. Me di cuenta de que el problema no eran ellos, era el odio que yo sentía porque tenía dolor y no lo había manejado todavía. Decidí regresar a la semana siguiente.
Para quitarle la emoción, tomé notas y me concentré en los mensajes. ¿Con qué cosas estaba de acuerdo? ¿Con qué cosas no estaba de acuerdo? ¿Acaso algo aplicaba a mí?
Encontrando el mensaje Divino
Monique y yo eventualmente dejamos de vernos. Yo dejé de ir a su iglesia, pero continué mis estudios, aplicando esas preguntas a todas las religiones. ¿Con qué cosas estaba de acuerdo? ¿Con qué cosas no estaba de acuerdo? ¿Acaso algo aplicaba a mí? ¿Acaso había temas predominantes que resonaban con múltiples religiones?
No pasó mucho tiempo antes de comenzar a sentir una conexión genuina y profunda con algo más grande que yo. En ocasiones, me refería a esa conexión como Dios, pero en otras, me sentía mejor llamándole Universo. Sin importar cuál fuera su nombre, comencé a creer que eso estaba en todo, incluyendo dentro de mí misma.
El nombre de mi religión actual es de poca importancia, porque es demasiado ecléctica y personal como para ponerle una etiqueta, pero sus enseñanzas son acerca del amor y la autenticidad. Y eso sí aplica a mí.
No soy mala. No soy menos que los demás. Yo soy una expresión de Dios. Y tú también lo eres.