Durante este mes celebramos el día del amor y la amistad. Vemos corazones, cajas de chocolate y flores por doquier listos para ser obsequiados a un ser especial en nuestras vidas. Yo considero que hemos de usar esa tendencia para crear una historia de amor eterno.

En Lucas 10:25-37 podemos leer acerca de la Parábola del Sembrador. En dicha parábola un intérprete de la ley le pregunta a Jesús qué hacer para heredar la vida eterna. Jesús le recordó que la ley reza: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Has contestado correctamente. Haz esto, y vivirás”. Pero el intérprete le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”

Es bueno realzar el marco histórico, cultural y religioso de la época. Los judíos evitaban todo tipo de relación con los samaritanos. Los consideraban una raza impura por haberse mezclado con extranjeros y aceptar la idolatría luego de la conquista del imperio asirio. En los tiempos de Jesús, la animosidad llegó a ser tan grande que usar el término samaritano representaba un insulto.

Esto ofrece un panorama incluso más significativo acerca de lo que Jesús estaba enseñando. Con la parábola, Jesús nos lleva de la ley y la interpretación de la ley hacia la respuesta: amar. Literalmente, un relato que nos lleva de la mente al corazón. El sacerdote y el levita evitaron al samaritano y, hasta cierto punto, podían defenderse bajo la rígida ley de pureza.

Jesús nos lleva a examinar los prejuicios que nos llevan a interpretar el mundo de una manera en particular.

Caminando con mis hijos, todavía pequeños, del estacionamiento hacia un centro comercial, escuché el rugir indiscutible de una motocicleta Harley-Davidson. Sin darme cuenta, apreté la mano de mi hija. Ella, inmediatamente, me preguntó: “¿Tú les tienes miedo a los motociclistas?” “No”, le contesté. “Entonces, ¿por qué me apretaste la mano?” “Tal vez sienta un poco de aprehensión”, le dije. Gaby prosiguió, “¿Qué es aprehensión, otra palabra para temor?” “No”, le respondí, “es más bien como cauteladiscreción”. Ella me miró y soltó el tema sin estar convencida.

Al mantener la mente y el corazón dispuestos a amarnos y amar a nuestro prójimo, nuestras vivencias nos ayudan a descubrir aquello que bloquea nuestra experiencia de vida eterna.—Rev. Adriana Segovia

Semanas después, durante mi hora de almuerzo, iba a entregar un proyecto voluntario al Children’s Mercy Hospital (Hospital de Caridad para Niños). Yendo por la carretera, una persona toca la corneta para llamar mi atención, y me dice: “You smoking” (Estás echando humo). Al percatarme de que así era, salí de la carretera hacia un estacionamiento. Recuerdo haber dicho en voz alta: “Dios, envía a uno de tus ángeles. Tú sabes a dónde estoy tratando de ir”.

En lo que yo investigaba la salida de humo, sentí el rugir de una motocicleta Harley-Davidson. Quedé helada, los oídos me pitaban, no podía hablar, el corazón se me estaba saliendo por la boca. Un hombre alto y musculoso se bajó de la moto, se acercó a mí y me dijo: “Hola, vi que tu carro estaba echando humo y vengo a ayudarte. Yo sé lo que está ocurriendo, trabajo en un taller”. Yo lo miraba fijamente, analizándolo y sin poder hablar coherentemente.

Él muy sonriente me dice: “No sacaste el freno de mano completamente y eso está causando el humo”. “Saca el freno, y listo; no creo que tengas más problemas”. Extendió su mano para despedirse, se montó en su moto y rugió hacia el horizonte.

Perpleja, yo trataba de comprender el “escarmiento espiritual” que acababa de recibir por mi prejuicio. No había sido honesta ni con mi hija ni conmigo misma. Le pedí ayuda a Dios pensando que yo estaba haciendo buenas obras. Lo interesante es cómo la oración fue contestada, pedí que Dios me enviara uno de sus ángeles y así lo hizo. No me mandó uno que volaba con alas, sino uno que rugía en su motocicleta.

Esta experiencia fue un llamado a afrontar mi prejuicio. El proceso de desprogramación de aprensiones continúa. Uno no sabe lo que no sabe, mas al mantener la mente y el corazón dispuestos a amarnos y amar a nuestro prójimo, nuestras vivencias nos ayudan a descubrir aquello que bloquea nuestra experiencia de vida eterna.

Charles Fillmore nos dice en Charlas acerca de la Verdad: “Debes tener amor. No puedes vivir sin él. Entonces comienza a vivir en el pensamiento del amor”. Una vez que comencemos a vivir en el pensamiento del amor, gozaremos de vida eterna, y nuestra historia será una de amor eterno.

Acerca del autor

La Rev. Adriana Segovia se retiró después de trabajar por más de 30 años en la Sede Mundial de Unity como editora y estratega en español de La Palabra Diaria y más. Fue ordenada por Unity en 2002 y tiene una maestría en administración de empresas de la Universidad de Baker.

Headshot Rev. Adriana Segovia, Pink Shirt

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