La lección que me enseñó mi muñeca de la infancia sobre la autoaceptación, la autenticidad y el poder personal.

Me crie en una familia muy amorosa en la parte rural de Oklahoma. Mi familia no era perfecta, pero nunca dudé de que mis padres me protegerían, cuidarían de mí y harían cualquier cosa que pudieran para asegurarme que tenía todo lo que necesitaba. En términos generales, era feliz y bien adaptado. Me sentía amado y aceptado.

La mayoría del tiempo.

Había señales de que algo no andaba bien. Durante mi niñez, recibí mensajes —callados y no tan callados— sobre qué se esperaba de mí: como varón, como persona blanca y como cristiano. Desde temprana edad, comencé a ver muchas maneras en las cuales yo no cumplía con estas expectativas.

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Cuando yo tenía 3 años, mis niñeras adolescentes me dieron una muñeca que ya no querían. Eran dos hermanas que vivían en la misma calle. Me encantaba aquella muñeca. Se suponía que sus ojos cerraran cuando estaba acostada, como si estuviera durmiendo, pero uno de sus ojos se quedaba abierto. Le habían arrancado casi la mitad de su pelo lleno de nudos. Pero a mí no me importaba. Julie y Anita me la habían regalado, y yo la amaba.

Cuando la llevé a la escuela dominical una mañana, quedó claro que yo había quebrantado algún tipo de ley. A mi papá no le gustó que su hijo llevara una muñeca en público, así que me la quitaron. Lloré mucho, pero lo superé... o al menos creí que lo había hecho.

Años después, el recuerdo de la muñeca surgió durante un retiro espiritual, conteniendo en sí todo el duelo y la confusión que había sentido a los 3 años. No había pensado en ello durante años, pero allí estaba. Parte del ejercicio era ponerle nombre a la creencia que se había formado en mi conciencia en el momento de ese evento. Estuvo claro de inmediato. Estas fueron las palabras que escribí:

“Si demuestro quien soy verdaderamente, las personas que amo saldrán perjudicadas”.

Tan pronto lo escribí, reconocí que esta creencia me había controlado silenciosamente durante décadas y que, a un nivel profundo e inconsciente, yo me había estado editando a mí mismo para que la gente que yo amaba no se sintiera incómoda.

Pronunciar mi autenticidad, sin importar el precio

Había salido públicamente como un hombre gay antes de cumplir 19 años, y al momento de ese ejercicio espiritual en el retiro, había hecho un trabajo interior sustancial. Pensé que estaba viviendo de manera auténtica, pero claramente esos primeros mensajes se habían quedado en mí y me habían marcado.

Muchas veces me había contenido de decir lo que realmente sentía o de expresar lo que realmente quería, porque sabía que no sería del agrado de mi compañero o mis amigos o mi familia. En ese momento de claridad, pude pronunciar mi autenticidad, sin importar el precio. Se me estaba pidiendo que viviera una vida auténtica a un nivel completamente nuevo.

Esta decisión cambió algunas dinámicas en mis relaciones cercanas. Algunas personas me apoyaron y confesaron que durante años se habían dado cuenta de mi hábito de complacer a los demás. Estaban agradecidos porque ahora era más honesto con ellos. Pero algunas amistades terminaron. No estaban construidas sobre la base de la verdad, sino en el ego falso que yo había proyectado.

El poder auténtico de la vulnerabilidad

En estos pasados años, he experimentado una nueva libertad y un sentido de poder personal que ni siquiera pensé que fuera posible. También descubrí que este poder más grande tenía su origen en mi vulnerabilidad. Mi disposición de traer todo lo que soy a mis relaciones —aunque tuviera temor de hacerlo— me ha llevado a tener conexiones más profundas y una intimidad más genuina de lo que había conocido antes.http://www.youtube.com/embed/z2-jwi421xI?enablejsapi=1&origin=http:%2F%2Fwww.unityenlinea.org

Esto es cierto incluso en mi familia. Antes de que muriera, mi papá y yo nos hicimos amigos. El ser completamente quien soy le dio a él la oportunidad de cuestionar sus propias creencias y presunciones. Se convirtió en mi más grande campeón.

Hoy en día atesoro al niño pequeño que sintió la necesidad de acoger a una muñeca en vez de jugar con armas de juguete. Acojo su suavidad como parte de quien soy en el núcleo de mi ser. También estoy increíblemente agradecido de ser parte de una comunidad espiritual que reconoce mi singularidad como un regalo de Dios.

Este camino hacia la autenticidad ha sido muy sanador para mí. Creo que es algo universal. Estamos todos aquí para descubrir quiénes somos y para convertirnos en parte de algo colectivo para que todos podamos curarnos, y que todos seamos, final y verdaderamente, uno.

Acerca del autor

Rev. Michael Gott (he, him) is the senior minister at Unity of Houston, Texas, and a well-known New Thought singer/songwriter.

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