Crecí preguntándome: “¿Qué es lo peor que puede pasar?”. Creía que, si anticipaba lo peor, podría prepararme para ello. Tuve que pasar por dos desafíos de salud para esperar lo mejor.

Mis padres sobrevivieron a la Gran Depresión, pero nunca le perdieron el miedo a la escasez. Eso influyó en su forma de ver el mundo. Demostraban su creencia de que la desgracia inminente siempre estaba próxima. Mi educación religiosa me enseñó a temerle a Dios y no esperar ninguna recompensa hasta llegar al cielo.

Mientras crecía, acepté la perspectiva de mis padres. Preveía con ansiedad las cosas terribles que me pasarían y sentía alivio cuando no sucedían. Si ocurría algo malo, no lo veía como una oportunidad de aprendizaje o un trampolín para algo mejor. En cambio, lo aceptaba como algo inevitable.

Ver lo mejor en todas las situaciones

A los 17, me desgarré los ligamentos de la rodilla y necesité múltiples cirugías. Mis médicos y mis padres me dijeron que nunca sanaría por completo. Debido a que acepté su pronóstico, tenía miedo de practicar deportes y otras actividades físicas.

Años más tarde, mi ahora esposo, John, me sugirió que explorara la posibilidad de liberarme de mi perspectiva restrictiva. Me invitó a visitor la iglesia Unity a la que él asistía. También recomendó dos libros: Lecciones acerca de la verdad, de H. Emilie Cady, el cual aconsejaba dejar de lado mi vieja filosofía e imaginar una nueva forma de vida, y El poder del pensamiento positivo, de Norman Vincent Peale, el cual sugería emplear la misma cantidad de energía y práctica para imaginar lo mejor en lugar de imaginar lo peor.

Mi nuevo enfoque de fe cambió mi pensamiento para esperar lo mejor.

Luego encontré trabajo en dos empleos de enfermería. Me entusiasmaba que estaba por terminar mi maestría en enfermería, mientras también me desempeñaba como cuidadora de dos miembros mayores de la familia. Mi esposo estaba a punto de irse a Unity Village en Misuri para completar su educación ministerial, mientras yo me preparaba para emprender una Carrera como enfermera practicante.

A pesar de todo esto, sentía conflicto acerca de mis próximos pasos. ¿Debía acompañar a John a Misuri o permanecer en Míchigan para ejercer mi profesión? ¿Qué tipo de práctica de enfermería seguiría: la medicina occidental tradicional o un enfoque holístico?

En oración, pregunté: ¿Qué puedo aprender de esta situación? ¿Qué podría liberar para que me trajera salud y paz?

John sugirió que hiciera mis preguntas durante mi meditación. En meditación escuché una voz decir claramente: “Aquiétate”. Pronto sabría cuán profética sería esa palabra de guía. Una mañana, me desperté con dolor muscular, el cual progresó durante los siguientes seis meses hasta convertirse en un dolor severo en todas mis articulaciones. Me diagnosticaron con una condición inflamatoria debilitante.

Mis síntomas empeoraron, lo cual me mantuvo en cama y me dio tiempo para procesar la experiencia. Me di cuenta de que esta enfermedad no solo era una condición física, sino una metáfora de mi vida. Era el resultado de llevar el peso de mis responsabilidades.

Encontrando curación a través de la quietud

En meditación, me imaginé soltando la pesadumbre. En oración, pregunté: ¿Qué puedo aprender de esta situación? ¿Qué podría liberar para que me trajera salud y paz?

Después de discernir la guía que recibía, les pedí a mis familiares que me ayudaran con mi cuidado y lo hicieron. Mi práctica de meditación reforzó mi fe. La fe en esta nueva guía me condujo a un médico que tenía la capacidad de ayudarme, quien respetó mi creencia de que la oración era esencial para mi tratamiento.

El llamado a aquietarme fue claro. Además de las medicinas, el médico recetó descanso. Recibí la guía de acompañar a mi esposo en su viaje a Unity Village. “Aquiétate” se convirtió, no solo en una voz durante la meditación, sino en un mantra sanador para mi nueva forma de abordar la vida.

En Misuri encontré un programa de certificación hospitalaria en enfermería parroquial. Esto abrió un camino espiritual para mi educación continua, lo que nos permitiría a mi esposo y a mí ser compañeros en el ministerio. Fui bendecida al recibir capacitación como capellana de oración mientras estaba en Unity Village.

Oré, pedí respuestas, recibí dirección y un uso más satisfactorio de mi profesión de enfermería.

Vi esto como una oportunidad para buscar lo bueno de la experiencia en lugar de cuál podría ser el peor resultado.

Me apoyé en el conocimiento de que estoy destinada a vivir en gozo y plenitud. Encontré un apoyo infalible al establecer una alianza con el Espíritu. Cuando me apoyo en esta verdad, veo lo mejor en todas las situaciones.

Acerca del autor

Michaelle Washington es enfermera titulada y se desempeña como enfermera parroquial en la iglesia Unity de Chatsworth en California. Ella y su esposo, el Rev. John Washington, producen un servicio en línea dos veces por semana, disponible en el canal de YouTube de la iglesia y en unityofchatsworth.org.

Michaelle Washington, R.N.

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