Emmet Fox escribió: “Lo que piensas crece. Lo que permites que ocupe tu mente se magnifica en tu vida”. Estoy agradecido de haber aprendido esa lección temprano en mi vida.

Andaba por mi cuenta tras graduarme de la escuela secundaria. Mi padre había fallecido de cáncer, y unos años antes, mi madre nos había abandonado. Tuve la oportunidad de asistir a la universidad con una beca que me permitió dedicar mi talento al arte. Ese era mi sueño, pero pronto descubrí que yo carecía de empuje. A veces estaba abrumado o desmotivado.

Comencé a retirar los cursos, uno por uno, hasta que un día estaba completamente fuera. Convencido de que mi problema era la falta de disciplina, me alisté en la Guardia Costera de los Estados Unidos. Las cosas solo empeoraron. La disciplina no funcionó. Me sentía desalentado por haberme comprometido con algo que no estaba funcionando.

Cuando le confié esto a un respetado amigo, me dijo: “No tienes que quedarte en la milicia”.

“¿De verdad?”, le pregunté. “Sí. Debido a tu actitud, estarán felices de dejarte ir”, dijo. “¿En serio? ¿Todo lo que tengo que hacer es pedirlo?”

“Absolutamente. Solo mantén presente que, a menos que aprendas a amar el trabajo que tienes ahora, tendrás el mismo trabajo miserable por el resto de tu vida”. Tomé su consejo como tarea divina. Hasta ese momento, había creído erróneamente que la disciplina significaba mantenerme dentro de unos límites inflexibles y hostiles para forzarme a caminar por una línea recta y estrecha. Pero eso nunca funcionó.

Aprendí que el origen de la palabra disciplina es “discípulo”. Decidí ser un discípulo del amor. Ahora pienso en la disciplina como un freno y una redirección. Me freno de reaccionar al miedo cuando aparece en mí como rabia, preocupación, envidia o autolástima. Utilizo las negaciones y afirmaciones de esta oración: “Dios quita mi miedo (preocupación, duda, resentimiento, o rellena el espacio en blanco) y redirige mi atención a ser lo mejor que puedo ser”. Esto me inspira a tomar una acción contraria a mi vieja manera de reaccionar. Avanzo decidido en el camino del amor, que siempre me lleva a obtener resultados mejores que los esperados.

Me convertí en una máquina de bendiciones. En silencio bendecía a mi casa, mi uniforme, el camino al trabajo, a los extraños que pasaban por la acera, a mis compañeros de trabajo, hasta el papeleo que debía completar.

Tomé a pecho las palabras de mi amigo. Me quedé en la Guardia Costera y me comprometí a amar mi trabajo. Comenzaba cada mañana conectándome con Dios. Disfrutaba de una taza de café y leía de libros de meditación y devocionales, incluyendo La Palabra Diaria.

Me discipliné para que mi responsabilidad fuera expresar amor; ser un embajador del amor de Dios para las personas que encontrara en mis actividades diarias. Eso me inspiró a ver el rol de mi vida como algo más significativo que cualquier título laboral. La verdad espiritual que siempre recibimos lo que damos afianzó mi comprensión. Recuerdo haber escuchado: “Bendice algo y eso te bendecirá a ti. Maldice algo y eso te maldecirá a ti”.

Me convertí en una máquina de bendiciones. En silencio bendecía a mi casa, mi uniforme, el camino al trabajo, a los extraños que pasaban por la acera, a mis compañeros de trabajo, hasta el papeleo que debía completar. Lo que fuera, hasta un problema, yo lo bendecía. Mi trabajo comenzó a transformarse. Cada día era una aventura de fe. Comencé a esperar cada día con expectación gozosa. Siempre tenía algo para dar, aunque solo fuera una sonrisa.

Al vivir de esta manera, comencé a subir de rango. Para fin de año, fui asignado al puesto de Enlace de la Policía Militar del fiscal del estado de Hawaii. En esa posición, representé a todas las ramas de las Fuerzas Armadas. Estaba actuando como un embajador. No solo completé mis cuatro años de servicio, sino que estaba pasándola tan bien que extendí mi servicio un año más. Mi amigo tenía razón. Sin importar el trabajo, siempre estoy bien compensado cuando sirvo como embajador del amor de Dios.

Acerca del autor

Darrell Fusaro es un veterano condecorado de la Guardia Costera de EE. UU. El autor de What If Godzilla Just Wanted a Hug?.

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