Un viaje LGBTQ del no merecer al perfecto amor divino

Decir en la actualidad que yo creo que soy merecedor es un eufemismo. No solamente lo pienso, sino que lo creo. Lo más importante es que lo siento. Mas eso, no fue siempre así.

Tú eres perfecto. Tú eres merecedor. Tú eres amado. Ministro LGBTQ Unity de Naples Rev. Mark Anthony Lord.

Me crié en un suburbio católico de trabajadores en Detroit. En retrospectiva, no creo que nadie se sintiera verdaderamente digno porque existía el sentimiento predominante de culpa y temor de Dios. Pero para mí, colmando esa pila del inmerecimiento que compartíamos, estaba el secreto de que era gay. Eso multiplicó exponencialmente mi sentido de no ser lo suficientemente bueno, un “pecador”.

Mi niñez fue muy, muy dolorosa. Podría escribir la palabra muy mil veces porque así fue, con honestidad, cuán aterradora e inaguantable fue. Cuando se trataba de “pecados”, parecía que yo había recibido los más inaceptables de todos. Eran los tipos de pecados que Dios consideraba como repugnantes.

Cuando tenía siete años, me atormentaba el miedo de que algún día yo moriría y me quemaría en el infierno para siempre. Este trauma diario causó profundas heridas psíquicas y espirituales en mí.

Además, yo no era el tipo de niño gay que podía esconder mi orientación sexual porque mi género era fluido. (Ni siquiera sabía que esa era una posibilidad hasta hace unos 10 años). Esta fue la parte que me hizo acercarme naturalmente a jugar con las niñas en el parque infantil en vez de con los niños. Me hizo más susceptible a las palabras aborrecibles lanzadas hacia mí como afeminado, mariquita, asqueroso, combinadas con la amenaza constante de ser golpeado.

No fue un gran comienzo, ¿cierto? Se pone mejor, pero todavía no.

Comencé a expresar mi orientación sexual en la universidad y encontré aceptación, lo cual fue maravilloso. También tenía la bendición de tener una familia que me amaba “sin importar quién eres”. Pero el sentirme tan inmerecedor no desapareció por el hecho de haber confesado mi orientación sexual a mi familia y amigos.

A medida que encontraba mi libertad pasando el tiempo en bares gay y entablando amistades con otros hombres y mujeres gay, también comencé a volverme adicto a las drogas, al sexo, a las personas, a cualquier cosa que pudiera darme un alivio momentáneo del constante rechazo hacia mí mismo.

Tú eres perfecto. Tú eres merecedor. Tú eres amado. Ministro LGBTQ Unity de Naples Rev. Mark Anthony Lord.

Muchas etapas dolorosas de cambio

Toqué fondo a la edad madura de 24 años. Descubrí los programas de 12 pasos a través de un querido amigo y supe que los necesitaba.

Un viernes por la noche salí de una reunión y me fui a casa caminando. Sabía que muchos de mis amigos estaban fuera bebiendo y bailando y haciendo lo que hacían cada fin de semana. Me paré en la esquina de una calle concurrida en Chicago y no podía moverme. Una parte de mí ansiaba irse con mis amigos y la otra parte sabía que, si lo hacía, iría por el resbaladero de la adicción una vez más.

De repente, una oración inesperada surgió en mí.

“Dios, no puedo llevarme a mí mismo a casa. No puedo cuidar de mí mismo. Por favor, ayúdame”.

Y Jesús llegó muy fuertemente a mi mente. No había pensado en él en años. Escuché dentro de mí: Toma mi mano. Te amo. Toma mi mano.

Esto podría sonar como una locura, pero yo extendí mi mano como si realmente hubiese alguien allí. No sentí nada, pero, al mismo tiempo, sabía que algo amoroso me estaba ayudando. Extendí mi mano y caminé a casa.

Una vez a salvo en mi sala de estar, me senté en el sofá y cerré los ojos. Las lágrimas comenzaron a surgir mientras la revelación de mi merecimiento innegable y eterno comenzó a despertar dentro de mi corazón.

Todos los días, negaba cualquier poder a los sentimientos de miedo e indignidad que se desencadenaban en momentos inesperados. Afirmé una y otra vez lo amado y perfecto que soy.

Cómo las negaciones y afirmaciones me conmovieron

Los próximos años no fueron fáciles, pero comencé a asistir a Unity en Chicago y mi relación con Dios y Jesús fue curada. A su vez, y con el tiempo, sané mi relación conmigo mismo y, en última instancia, con otros.

Utilicé las herramientas espirituales que aprendí, especialmente las negaciones y las afirmaciones.

Cada día negaba que los sentimientos de miedo e inmerecimiento que se disparaban en momentos inesperados tuviesen algún poder.

Afirmaba una y otra vez cuán amado y perfecto yo soy. Tomaba clases, asistía a servicios todos los domingos y seguía sumergiéndome en una comunidad que me reflejaba de vuelta lo fabuloso que verdaderamente soy.

Yo sabía en mi alma que Dios, la energía del amor perfecto, me adoraba. Pero me tomó tiempo creerlo y que mi cuerpo fuera libre de los recuerdos del abuso.

Un día a la vez, llegué a amarme más y más y más.

En la actualidad, soy ministro. Mi mayor alegría es ayudar a otros a conocer su valía y cuán profunda y entrañablemente amados son. Mi labor es ayudar a las personas a ser libres del miedo a un Dios externo, castigador y que lleva cuentas de los pecados. Estoy casado con un hombre hermoso. Hemos estado juntos durante 24 años. Mi vida es maravillosa.

Esto es lo que sé, sin lugar a dudas: Yo soy merecedor. “¡Soy tan alucinantemente merecedor, que es ridículo!” Tú también lo eres. Te lo garantizo.