Desde hace mucho creo que con Dios no hay nada imposible y que soy guiada divinamente. Puse a prueba esa creencia cuando encontré a un perro en una situación desesperada. Un verano, escuché aullidos por un par de días. Venían del patio del vecino, pero no podía ver a ningún perro. Caminé hacia la cerca y quedé impactada por el pequeño hocico blanco y peludo que se asomaba por un hueco en el cobertizo del jardín. Me alarmó que el perro estuviera encerrado en el cobertizo en un día tan caluroso. 

Vi a mi vecino al frente de su casa, pero dudé en acercarme. Estar a su alrededor me daba temor. Aun así, lo hice. “Discúlpeme”, le dije. “¿Le puedo dar agua y comida al perro que está en su cobertizo?” Y con desdeño dijo: “No me importa lo que haga, pero no me moleste”.

Preparé el alimento y el agua y se los llevé de inmediato. El perro estaba tan feliz cuando abrí la puerta del cobertizo que se me olvidó el miedo. En ese mismo instante decidí llamarlo Simón. Después de saludarme emocionado, saltando y moviendo su cola, devoró la comida y sorbió toda el agua en menos de cinco minutos. Después de visitarlo, me sentí devastada al tener que ponerlo de nuevo en el cobertizo.

Sabía que lo correcto era reportar la situación al Control de Animales, pero mi temor me detuvo. Además de ser huraño y físicamente intimidante, mi vecino también tenía una reputación en el vecindario por sospechas de actividad criminal. Temía por represalias si lo reportaba por abuso animal. Finalmente, decidí soltar mi preocupación en oración. Una y otra vez acudí a Dios. Me abrí a Su guía e inspiración. Cuidaba a Simón en el día y lloraba de angustia por la noche. A la tercera noche, creo que mis oraciones fueron escuchadas en medio de una gran tormenta.  Han sido los truenos, los rayos y los vientos más feroces que he llegado a sentir jamás; tan fuertes que sacudieron la casa. Pensaba en cómo estaba Simón en el cobertizo, sintiéndose solo y seguramente muy asustado. Cerré mis ojos y oré por la seguridad de Simón y por mi paz mental.    

Me desperté antes del alba para revisar que el perro estuviera bien. Cuando me acercaba a la cerca, ¡vi a Simón! Estaba fuera del cobertizo, aunque no podía ver cómo se había salido. Rápidamente me di cuenta que mi vecino asumiría que el perro había escapado y huido. Lo tomé como una señal de que debía actuar. No sentí miedo mientras lo animaba a venir a mí a través de un hueco en la cerca, el primer paso para poder llevarlo al refugio local. 

Yo me sentía bendecida por la hermosa demostración que experimenté al reconocer y confiar en la guía de la Mente Divina.

Después del amanecer, revisé el patio de mi vecino y vi que ¡las puertas del cobertizo se habían despegado de las visagras por completo durante la tormenta! Sabía que no era coincidencia. Al acudir a mi Mente Divina mediante la oración, supe lo que me correspondía hacer y estaba lista para actuar rápidamente cuando fuera el momento.

Sentí la presencia de Dios activa en esta situación, guiándome mientras yo trabajaba en el rescate de Simón. 

Finalmente, Simón fue adoptado por una familia y yo me sentía bendecida por la hermosa demostración que experimenté al reconocer y confiar en la guía de la Mente Divina. Me consuela el saber que puedo acudir a esta Presencia que siempre está disponible. Todo lo que requiere es la renovación de mi mente humana en conjunto con la fe de que, con Dios, nada es imposible. 

Si sospechas que un animal está siendo maltratado, avísale al centro local de protección de animales.

Acerca del autor

Darlene Parnell es una trabajadora social licenciada, con práctica privada en Fishers, Indiana. Conoce más de ella (en inglés) en darleneparnelllcsw.com.

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