Sentir gratitud en todo
Cómo el 2020 se convirtió en el año perfecto para decir “gracias”
“Den gracias a Dios en todo”. Pablo de Tarso probablemente escribió esas palabras para ayudar a la comunidad cristiana en aprietos alrededor del año 52 d. C. Esto las hace parte del pasaje más antiguo que sobrevivió de su primera carta a los tesalonicenses en el Nuevo Testamento.
Me pregunto si el apóstol pudo imaginar cuán oportuna sería su exhortación dos mil años después.
¡Qué año ha sido éste! Los efectos del COVID-19, una campaña electoral estresante en los Estados Unidos, preocupación por la economía, estar encerrados con los seres queridos. Hasta huir de casa comenzó a aflorar en nuestras conversaciones.
Pues bien, no había un lugar seguro a donde escapar, así que nos las hemos arreglado lo mejor que hemos podido.
A veces, pareciera que las razones para la gratitud han desaparecido de la faz de la Tierra. “Den gracias a Dios en todo”, puede ser difícil cuando tanta gente sufre. El COVID-19 nos hizo ver imágenes de gente hermosa que falleció en soledad.
Meditando sobre la idea radical de dar gracias en todo, comencé a reconocer la diferencia entre dar gracias por y dar las gracias en. No puedo estar siempre agradecido por mis circunstancias, pero siempre puedo dar gracias en tiempos adversos y complicados.
No siempre puedo estar agradecido por mis circunstancias, pero siempre puedo agradecer durante los momentos adversos y desafiantes.
Acción de Gracias en tiempos difíciles
Hace algunos años, cuando me recuperaba de una operación de corazón abierto, surgieron problemas imprevistos que retrasaron mi progreso. Por tres meses, no me pude parar ni caminar, estaba demasiado débil para cepillarme los dientes. Sentía lástima por mí mismo.
Logré una nueva perspectiva cuando me topé en la televisión con un corto estudio histórico sobre el primer Día de Acción de Gracias en Estados Unidos. Esperaba ver peregrinos alegres, vistiendo esos sombreros negros con grandes hebillas. Pero sus sombreros no tenían hebillas y estaban lejos de estar felices.
El invierno de 1620-21 devastó la colonia Plymouth en Massachusetts. La mitad de ellos murió de enfermedades y malnutrición, incluyendo a todas menos cinco mujeres. A pesar de las duras condiciones, los colonos que quedaron se reunieron con sus vecinos nativo americanos para agradecer al Gran Espíritu por la cosecha que los alimentaría durante el invierno por venir.
Entonces entendí. La gratitud es un sustantivo, algo que siento. Dar gracias es un verbo, algo que hago.
Aun cuando las circunstancias externas se vean desalentadoras, como los duros inviernos y otras dificultades que enfrentaron nuestros ancestros o la pandemia global que hemos estado afrontando como comunidad humana, todavía podemos sentir gratitud y dar gracias.
Por qué nombrar el 2020 el año de la gratitud
Pensando en la primavera pasada, recuerdo cómo la gente encontró maneras creativas de agradecerles a los trabajadores de la salud y a los bomberos públicamente su dedicación.
Comunidades, desde Italia a Estambul hasta la India, comenzaron a hacer saludos diarios. Una de las celebraciones más conocidas fue del aplauso diario a las 7 p.m. en Nueva York. Otras personas mostraban su agradecimiento cosiendo máscaras faciales en sus casas o regalando comidas preparadas para los trabajadores de primera línea.
Ver esos actos tan generosos me recordó al ícono de la televisión infantil, el Rev. Fred (alias Míster) Rogers, quien decía: “Busca a los que ayudan. Siempre encontrarás gente que está ayudando”.
Postrado en la cama del hospital, tres años antes de la pandemia, se me ocurrió una verdad simple. Dar las gracias ayuda a quien las da. Pasé el resto de mis días en el hospital dando gracias mientas me recuperaba. Les agradecí a enfermeros, doctores, camilleros y al resto del personal.
Les di las gracias a tantos como me fue posible: quienes limpiaban mi habitación, el baño y me traían las comidas. Para mi mayor sorpresa, el acto de agradecer generó un sentimiento de gratitud en mi corazón, no por las circunstancias de mi vida en ese momento, sino por las personas que me cuidaban cuando yo no podía hacerlo por mí mismo.
Poco a poco, mis fuerzas regresaron. Di gracias por poder pararme, por poder lavarme los dientes, por deambular por el pasillo con mi andadera. La gratitud por la vida y sus posibilidades regresó con fuerza. Terminaba cada día leyendo La Palabra Diaria, lo que hago todavía hoy día.
Esa experiencia me dio una perspectiva sobre este momento. Este año, cuando reúna a mi familia para nuestra tradicional cena, reflexionaré sobre las lecciones de un año que ha sido más duro que los demás.
Estaré agradecido por quienes ayudan, a los que probablemente nunca conoceré y a aquellos que caminaron a mi lado de tantas maneras. Su amabilidad todavía me conmueve.
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