A través del vidrio de la puerta podía ver al gato pidiendo desayuno. Había pasado la noche en casa de mi mamá y como ella saldría temprano en la mañana, me pidió que alimentara a su gato adoptado recientemente.

Mugs era un Fold escocés muy bonito, pero mostraba signos de abandono. Le faltaba un pedazo en una de sus orejas y la mayoría de sus dientes. Se veía desnutrido, le faltaba pelo en varias partes y tenía la cola partida en dos lugares. Los exámenes mostraron que Mugs había sido abusado severamente. Un veterinario le dijo a mi mamá que no viviría mucho tiempo. Sin desanimarse por el diagnóstico, mamá comenzó un régimen de suplementos y alimentos de alta calidad para ayudarlo. Le hizo una cama en el cuarto de lavado, con todo y puerta para gatos. Y le daba amor en abundancia.

Aunque llevaba las marcas de una vida dura, Mugs era muy digno y reverente. Mantenía su cabeza en alto y caminaba tan recto como sus piernas le permitían. Más importante aún, su abandono no destruyó su espíritu gentil. A pesar de su vida difícil, su amor era incondicional y lo demostraba con sus ronroneos.

El día en que fui a atender a Mugs fue un día frío en Texas. Tenía un compromiso y preparé su desayuno con prisa. Cuando terminé, tome sus tazones, agarré mi cartera y salí. Mugs estaba esperando afuera. “Buenos días, Mugs”, le dije a la ligera, mientras ponía sus tazones en el suelo. “Come con gusto”.

Cada uno de nosotros necesita amor y amabilidad todos los días. Tal vez, contener el amor y la bondad intencionalmente sea una forma de maltrato.

Mientras me ponía el cinturón de seguridad, vi que caminó hacia la comida. Al salir del estacionamiento, noté que se había sentado al lado de su desayuno, pero sin comer. El gato me miraba con tristeza mientras me alejaba. Regresé al atardecer, y me sorprendió ver a Mugs todavía sentado a lado de su desayuno sin haberlo probado. “¿Qué sucede, pequeño?”, le pregunté. “¿No te sientes bien?” Me miró y miró a través de mí, de esa forma como miran los gatos. Tan improbable como pueda sonar, sentí que tenía paciencia conmigo, como esa paciencia que tiene un maestro amoroso. 

En ese momento llegó mi mamá. Le dijeque Mugs no había comido en todo el día y ni siquiera se había movido a un lugar más cálido. 

“¿Le acariciaste la cabeza antes de darle la comida?”, preguntó. “Él no come a menos que le des una o dos caricias”. “Después que acaricies su cabeza, el te mirará y te dará una sonrisa de agradecimiento. ¿Lo puedes creer? Una sonrisa real”. Ella asintió. “Después de su caricia, comerá”. Ella ya estaba acariciando a Mugs. “Él es una belleza, yo supuse que te quedarías un rato con él mientras lo alimentabas”.

Pero no lo hice. Apenas lo miré, estaba enfocada en mi horario. Me di cuenta que Mugs sintió mi actitud de apuro, y necesitaba amor más que alimentos. Me agaché para acariciar sus orejas. Sus ojos se enfocaron en los míos con tanto amor que me llenó de humildad.

Lección aprendida: todos necesitamos alimentos para sobrevivir pero saben mejor cuando son servidos con amor. Cada uno de nosotros necesita amor y bondad cada día. 

Tal vez, contener el amor y la bondad intencionalmente sea una forma de maltrato. No sentirnos amados y respetados nos lastima emocionalmente. Si no les ofrecemos bondad a los demás, perdemos la oportunidad de fomentar la benevolencia.

Recordé las palabras de Jesus: “Alimenta a mis ovejas”. Tal vez quiso decir “sirve” amor, respeto y compasión. El momento de alimentar, visto de esta manera, no tiene final. ¡Todos necesitamos ser alimentados!

Solo necesité que un gato amoroso me enseñara esas verdades importantes para ponerlas en mi corazón.

Acerca del autor

Janet Templeton DeVries (Jan DeVries) vive en Texas. Sus escritos han sido publicados en Unity Magazine y en periódicos, incluyendo el Houston Chronicle. Ella asiste a Unity en Houston.

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