Tener fe en mí misma me ayudó a darme cuenta de la sanación que me había eludido los 27 años de terapia psiquiátrica. El activar el poder de construir con confianza, la fe en mí misma, me ayudó a sanar, pero también me llevó a una nueva forma de ver la vida.

Hace once años, estaba recibiendo tratamiento para la depresión, la ansiedad y un desorden de personalidad. Cada diagnóstico había sido tratado sin éxito por tantos años, que me llevó a creer que no era nada más que una caparazón. Me sentía inservible.  

Pasé varios años en un hospital psiquiátrico. Era una bendición estar en un lugar seguro y con tiempo para hacer introspección. Pronto descubrí que no tenía fe, en nada. Me di cuenta de que debía tener fe en mí misma o seguiría a la deriva. El cultivar esta fe me abrió a la verdad de mi corazón. Eso, más la terapia conversacional, el ajuste a mis medicamentos y hacer afirmaciones por escrito, me ayudaron a sanar.

Vivir desde la fe significa que la mayoría de mis pensamientos depresivos, ahora simplemente pasan por mi conciencia y se evaporan. Recuerdo mi humanidad y redirijo mis pensamientos hacia Dios. Cuando comencé a asistir a la iglesia de Unity, recibí recordatorios de las herramientas que aprendí en el hospital: periodos de reflexión sobre la salud y afirmaciones frecuentes para reentrenar mis años de pensamiento errado. Progresé desde la fe ciega, a comprender la fe. Comprendí que es una fuerza de bien en el mundo y que puedo utilizarla. 

De la fe siega a la fe comprensiva

Visito con frecuencia a Unity Village. Los terrenos verdes, jardines sagrados, capillas y fuentes que inspiran asombro, árboles, lagos y senderos por el bosque son hermosos. En uno de mis viajes recientes, tomé prestada una bicicleta de las que ponen a disposición de los visitantes. Decidí pasear por un sendero y descansar bajo el sol. Pronto descubrí que el terreno está lleno de colinas. El camino era retador, así es que decidí contentarme con haberlo intentado. Pedaleé con fuerza y cambié de velocidad cuando me acercaba a los edificios y las fuentes.

Así mismo, yo no estoy varada ni impedida, porque donde quiera que esté, está Dios y Dios no se queda atascado.

Entonces, en medio de una colina me detuve. No podía pedalear más. Frustrada, decidí conducir la bicicleta hasta el pie de la colina e intentarlo de nuevo. Nuevamente me quedé varada. Traté una tercera vez y descansé a mitad de camino. Sentí la ansiedad familiar y supe que estaba en camino al pánico. Estaba sola. Estaba varada. Mi fe fue secuestrada por el miedo.

Entonces recibí esta guía: Baja de la bicicleta y sube la colina caminando. Obvio, ¿cierto? ¡No cuando piensas que estás atascada! Mi bicicleta no estaba atascada ni averiada, simplemente necesitaba ser usada de una forma diferente. Así mismo, yo no estoy varada ni impedida, porque donde quiera que esté, está Dios y Dios no se queda atascado. No anticipé que ese paseo en bicicleta sería una experiencia espiritual y una práctica perfecta para ejercitar mi fe en mí misma.

Con fe, estoy perfectamente equipada para enfrentar lo que se me presente en el camino. No me desaliento ante una colina empinada, la fe me dice que siempre hay un camino.

Acerca del autor

Elanor Ferris es una entusiasta estudiante de Unity y considera Unity Village, Missouri, su casa lejos de casa. Elanor sirve en Unity de Wichita como líder del programa SpiritGroups y es apasionada del crecimiento espiritual mediante el aprendizaje compartido. Vive en Kansas.

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