Cada brizna de hierba está ataviada
con gotas de lluvia.
Cada hebra resplandece con esferas
esplendorosas.
Me arrodillo ante la asombrosa
claridad de la mañana, el humilde
césped hermoseado con rocío y sol.


Un millón de cristales de agua atrapan
la luz de la alborada; una firmeza, una
intensidad que se suma eternamente.


El césped aterciopelado despliega sus
briznas radiantes color esmeralda.
Me llaman con el repique de una
campana en frenesí.

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