La mayoría de las mañanas, cuando sale el sol en Tampa Bay, un hombre está allí para saludar al nuevo día. Se sienta solo, siempre en el mismo banco del parque. Pero otros se le unen rápidamente; extraños que buscan su compañía reconfortante y su oído empático.

Al Nixon comenzó a ir al banco del parque para estar solo, para tranquilizarse antes del trabajo.

Admirar las brillantes aguas de Tampa Bay, rodeadas de altas palmeras, justo después del amanecer, le ayuda a aclarar su mente y a mantenerlo enfocado en su día como empleado del departamento de aguas de la ciudad. Pero lo que comenzó como un simple ritual de cuidado personal, se ha convertido en una misión más grande en su rinconcito de San Petersburgo.

Un día, una mujer a quien nunca antes había visto, se le acercó con un comentario que cambiaría radicalmente su perspectiva. “Cada día que vengo aquí”, le dijo, “sé que todo estará bien cuando lo veo a usted”.

“Hasta cierto grado, todos somos responsables por los demás y estamos todos conectados”, dice Al. “Solo toma una acción aparentemente inconsecuente para hacer una gran diferencia en la vida de otra persona. Si tan solo requiere sentarse allí, sonreír y abrirse a los cambios de la vida, eso es algo hermoso que tiene mucho propósito”.

Al pasó varios días pensando en ese encuentro. “Y entonces comprendí”, dijo él, “que tal vez debería mirar esto a través de otro lente. Fue algo espiritual”.

Los transeúntes comenzaron a notar su presencia y muchos empezaron a sentarse junto a él. A veces, solo para estar en silencio en compañía el uno del otro, pero otras veces, para compartir sus preocupaciones y preguntas sobre la vida.

Al se convirtió en testigo silente de su dolor, de su soledad y hasta de sus alegrías por la llegada de un nieto, por enamorarse o por enviar a sus hijos a la universidad.

Comenzó a creer que había sido llamado a ese banco por mandato divino. Ocho años después, rara vez falta una mañana, siempre sentado donde sopla la brisa. “No ví alternativa”, explica. “Es algo que está dentro de uno. Uno solo sabe que tiene que ir”. 

Fotos cortesía de Al Nixon

Al se ha convertido en una figura habitual tan querida, que el “Banco de Al”, ha sido marcado con una placa otorgada por su multitud de amigos y seguidores agradecidos. Por el pueblo se le conoce como el “Alcalde del Sol” por sus consejos y sus ánimos, pero principalmente por brillar su luz interior cuando escucha.

“Hasta cierto grado, todos somos responsables por los demás y estamos todos conectados”, dice Al. “Solo toma una acción aparentemente inconsecuente para hacer una gran diferencia en la vida de otra persona. Si tan solo requiere sentarse allí, sonreír y abrirse a los cambios de la vida, eso es algo hermoso que tiene mucho propósito”.

Al ofrece algo que mucha gente ansía: alguien que los escuche sin juzgar. Él ha descubierto que muchas personas están solas, que necesitan la conexión humana y que otros encuentran consuelo al aliviar sus corazones. Calcula que ha servido de confidente a miles de personas. A veces la gente hace fila y espera su turno para hablar con él.

“Cualquier cosa que hagamos con fe es un ministerio y todos somos responsables de nuestros ministerios,” dice, “Sonríes cuando pasa la gente. Ese es un ministerio poderoso”. Decidió continuar sirviendo durante la pandemia del COVID-19, aun aunque se pusiera en riesgo, porque la añoranza por el contacto humano era muy grande. “Debes estar abierto”, dice. “No tienes que decir mucho. Si realmente te importa, ellos lo sabrán”.

Al dice que él cree que Dios obra a través de él, que lo empuja a venir cada día, incluyendo los fines de semana, para llevar a cabo el llamado que llegó a él “en espíritu” a la edad de 13 años, cuando una voz interior le dijo: “Dile a la humanidad que los amo”.

Ese mismo amor le fue devuelto a través de los corazones de miles de personas a quienes ha tocado mediante su ministerio del banco del parque.

Al ofrece el mismo consejo a varias personas que pueden estar luchando por comprender que el amor comienza por amarse a sí mismos.

“Le digo a la gente que, cuando se levanten en la mañana, se miren en el espejo y se digan: “Oh, cielos, puedo ser yo hoy. Estoy tan feliz de ser yo”, dice. Añade: “Hacer eso de forma regular, te mostrará quién eres y entonces comenzarás a mejorar la persona que eres y podrás ser más feliz cada día después de eso”.

Acerca del autor

Meg McConahey es reportera de un diario en el Norte de California. Estudia para obtener sus credenciales como maestra de Unity licenciada y es miembro y ex presidenta de la Junta de Unity de Santa Rosa, California. Visita [email protected].

Meg McConahey

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