Como enfermera en la unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) de un hospital grande, sé lo que significa cuidar a pacientes en estado crítico.

Atender a pacientes pequeñitos y frágiles era territorio familiar para mí. Sin importar cuán estresada estaba, me sentía preparada para manejar lo que se me presentara.

De hecho, la mayoría de las enfermeras de mi unidad habían trabajado en la especialidad por 20 años o más y se sentían seguras con todo lo que debíamos hacer.

Todo eso cambió la primavera pasada, con el creciente número de pacientes hospitalizados por COVID-19.

Lo que había sido algo distante, de repente, se tornó en algo muy real. La enfermería está aislada del resto del hospital, por lo que mis colegas y yo pensamos que podíamos evitar el contacto con los pacientes con COVID-19.

Comenzamos a escuchar reportes de que el personal de la UCI estaba estresado y trabajando más allá de su capacidad. Los pacientes de la UCI estaban necesitando toda la ayuda y cuidado adicional posible. Nos preguntábamos cómo podíamos ayudar a nuestros colegas abrumados. Hacíamos cestas de meriendas con un grupo de voluntarios.

Los desafíos de una nueva realidad con  el COVID-19

Pronto descubriríamos que nuestra contribución no terminaría allí. Los cambios apenas empezaban.

Nos dijeron que seríamos temporalmente reasignados o que “flotaríamos” hacia otras unidades que tuvieran un alto número de pacientes con COVID-19. Esto ocurrió justo cuando nuestra unidad de enfermería estaba falta de personal.

En mi primer día como flotante, vi mi nombre en el tablero de anuncios, seguido de la palabra UCI. Tenía un nudo en el estómago y un sentimiento de puro pánico. Igual que la mayoría de nuestro personal, yo había trabajado exclusivamente con pacientes de la UCIN por décadas y nunca había cuidado pacientes adultos, mucho menos en estado crítico.

Por más que quisiera ayudar, me sentía temerosa e insegura de poder trabajar en cuidados intensivos. Me preguntaba si llevar mascarilla y traje especial realmente me protegería. Ese temor se acrecentaba por el miedo de contraer COVID-19 y contagiar a mis familiares y amigos.

Quienes fuimos asignados a flotación vestíamos nuestro EPP: mascarillas dobles, trajes de papel, guantes, gorros y escudos faciales de plástico.

No estaba preparada para lo que vi. La mayoría de los pacientes requerían respiradores y todos necesitaban varios sueros intravenosos. Cada pulgada de la habitación estaba llena de máquinas. El personal que entraba a los cuartos de aislamiento era advertido de que el contacto debía ser lo más breve posible.

El aprecio y ánimo recibido de mis colegas me ayudó a mantener el miedo a raya, mientras mi seguridad de que podía manejar lo que me pidieran hacer crecía.

Afrontando el temor y encontrando el aliento

El cuidado, la compasión y la resiliencia que vi, me conmovieron hasta llorar. El virus era nuevo para todos nosotros, así que cada día traía cambios y desafíos. El miedo a contraer COVID-19 debía ser dejado de lado de manera que pudiéramos hacer nuestro trabajo.

Cada paciente estaba al cuidado de profesionales quienes valientemente regresaban al hospital día a día, dedicados a cada posible tratamiento. De regreso a la enfermería, mis colegas y yo nos apoyábamos y dábamos ánimos. Cada vez que uno de nosotros era enviado a la Unidad de Cuidados Intensivos, compartíamos lo sucedido y recibíamos amor y apoyo. Hablar de nuestros temores y experiencias nos ayudó a sentirnos menos solos y nos dio fortaleza para continuar.

La práctica de cuidado espiritual también ayudó. Mi oración y meditación diaria me alentaban a permanecer positiva y segura. Mis lecturas devocionales, como La Palabra Diaria, llenaban mis pensamientos con mensajes inspiradores.

El aprecio y ánimo recibido de mis colegas me ayudó a mantener el miedo a raya, mientras mi seguridad de que podía manejar lo que me pidieran hacer crecía. Aunque mi miedo a contraer COVID-19 nunca se fue, fui capaz de ignorarlo y superarlo.

Volver a ser yo misma

Unas semanas después de que comenzara en la UCI, vi a los pacientes más delicados recuperarse. Sentí regocijo al verlos finalmente desconectados de los respiradores, tomando su primer aliento y sorbos de agua. Fui bendecida de poder ver familias reunidas de nuevo. Me sentía feliz de escuchar música por los altavoces cada vez que se quitaba un tubo de respiración o cuando el paciente estaba listo para ser dado de alta.

El tema de la película Rocky y la canción de la banda U2 “It's a Beautiful Day” eran puestas cada vez que se lograban esas metas y siempre tendrán gran significado para mí.

Mi trabajo con pacientes con COVID-19 terminó. Mas si me necesitaran de nuevo, será para mí un honor servir.

Cuidar de ellos durante ese tiempo me sacó de mi zona de confort y me mostró partes de mí que no sabía que existían. Me di cuenta de que los dones que admiraba en mis colegas también estaban en mí. Ellos son compasivos, valientes y resilientes.

Yo también lo soy.

Acerca del autor

Christine Drohan, R.N., ha dedicado su carrera al cuidado de familias, especialmente recién nacidos. Ella vive y trabaja en el litoral norte de Boston, Massachusetts.

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