Cada año, mientras el mundo se prepara para la Navidad, recuerdo el regalo más grande que haya recibido, mi conciencia del Cristo en mí y la crisis de fe que me llevó a descubrirlo de nuevo. La fe me ayudó a sacarme de las profundidades cuando la vida que conocía comenzaba a desaparecer.  

Hace siete años, mi mundo comenzó a deshacerse cuando varias crisis sucedieron en un periodo de seis meses. Podría haber sido capaz de enfrentar cualquiera de ellas, pero no todas al mismo tiempo.

La primera fue la muerte accidental de la mascota de nuestra familia, lo que nos agobió a mí y a mis hijos. La repentina e inexplicable partida de mi novio, el amor de mi vida, fue la siguiente. Después de eso, me tocó enfrentar sola la cirugía programada de mi hijo, ya que mi exesposo estaba ausente, aun cuando compartíamos la custodia. Sentí el peso de una restricción financiera prolongada. Mi salud estaba decayendo. Estaba agotada emocionalmente y ya no era capaz de sobrellevar nada en mi vida.  

Caí en picada hacia el abismo.

Estaba llena de estrés, desesperada, enojada. Incapaz de concentrarme, sentí que estaba fallando en todo. Me sentía sola. Peor aún, si bien estaba activa en mi comunidad espiritual y recibía su apoyo, me sentí incapaz de utilizar las herramientas espirituales que estuve aprendiendo por años. Oraba, preguntaba por qué me pasaban tantas cosas dolorosas: Soy una buena persona y me esfuerzo mucho. Comparto mi abundancia, practico el perdón, medito y oro. Estoy haciendo todo lo que está en mi poder para vivir una vida espiritual, y no gano una. ¿Por qué, Dios, por qué?

Sabía que la fe sería el puente que conectaría la vida que conocí con la que estaba siendo llamada a crear.

Sentí que mi fe era lo único en lo que podía apoyarme, aun cuando se sintiera tenue y lejana. Pero en algún lugar dentro de mí, sabía que la fe sería el puente que conectaría la vida que conocí con la que estaba siendo llamada a crear.

Al encontrarme a mí misma en la Historia de la Navidad

Pensé en María y José y en la fe que tuvieron para hacer el viaje hasta Belén, en circunstancias desconocidas y retadoras. Encontré paralelos con mi viaje de regreso a mí misma.

Si alguien me hubiera dicho que recordaría esta experiencia como una de las mejores cosas que me hubieran pasado, no lo hubiese creído. Pero el sentirme quebrantada, sin esperanza y derrotada, me hizo más receptiva a mi guía, a la voz de Dios en mí.

Igual que María y José, yo escuché. Me embarqué en un viaje de sanación cuando regresé a terapia y busqué en mis experiencias del pasado las raíces de mis problemas actuales. Y, como María, mi parto me ayudó a dar a luz algo divino.   

Pude haberme quedado destruida. Pero el seguir la luz de la fe me ayudó a comprender que en mí estaba el poder de crear una nueva vida de seguridad, serenidad y amor.

En estos días, mi vida se desborda de regalos, conexión, prosperidad y gozo. Pero ningún regalo es más grande que aquel que recibí en mi hora más oscura, el regalo de la restauración de mi fe y la conciencia del renacimiento de Cristo en mí.

Acerca del autor

Lysa Allman-Baldwin es una conferencista, facilitadora de talleres y escritora. Conoce más de ella visitando su sitio en AuthenticityAndPurpose.com.

Lysa Allman Baldwin

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