Si te dijera que Dios me habló podrías pensar que estoy loco. La mayoría lo pensaría. Pero, sabes, la guía de Dios llega de muchas maneras. Hace tiempo pasé por un divorcio terriblemente difícil. No solamente estaba perdiendo a la mujer con quien había estado casado por 12 años, sino también a mi hija de tres años. Me sentía devastado. Una de las peores noches me arrodillé pidiéndole a Dios que me liberara del dolor. Escuché con claridad en mi cabeza una voz masculina y serena que me dijo: “Levántate, hijo mío”.

Me levanté del suelo, me sacudí el polvo y me senté a pensar en lo que acababa de ocurrir. ¿Había sido ésa la voz de Dios? Y si no, ¿entonces de quién era? Estaba seguro de que no la había imaginado. Concluí que Dios no me quería de rodillas, pero también sabía que había algo más en aquel mensaje.

Con el pasar de los años, aquellas tres palabritas permanecieron conmigo, y yo continué buscándoles un sentido más profundo. “Levántate, hijo mío”. Decidí que “levántate” significaba que orara de una manera más positiva, y desde una conciencia más elevada: Levantarme de la desesperación. Levantarme de la percepción de estar separado de Dios. Elevar mi entendimiento de que Dios me creó para vivir con alegría y no con pesares y desesperanzas. Mi tarea más importante es buscar el reino de Dios primero.

Un día manejaba sin rumbo fijo por la ciudad, absorto en la oración y en la introspección. Cuando paré en una luz roja en un vecindario bastante peligroso, noté que había un terreno baldío lleno de maleza y desperdicios. Allí vi cómo el viento agitaba un letrero descolorido que colgaba de un cartel publicitario erosionado por el tiempo. Entrecerré los ojos para poder ver y leí: “Ora. Funciona”.

Cuando cambió el semáforo, tuve que estacionarme por un momento. Estaba impresionado con lo que había visto. Sentí como si aquel mensaje hubiese estado ahí para mí. No era una coincidencia. El letrero no era fácil de leer, y si la luz hubiese estado verde, yo hubiese seguido de largo. Vi que había una gestión ministerial tras aquel mensaje deteriorado, y le agradecí a Dios y a quien fuera que lo puso allí. También oré por quienes lo hubiesen leído y me sentí conectado con la gente conmovida por el letrero.

Creo que los mensajes de Dios nos guían gentilmente a través de nuestra jornada y despiertan en nosotros aquello que necesita despertar. Pongo esos mensajes en notas adhesivas en la pantalla de mi computadora. Sus significados cambian sutilmente con el ir y devenir de mi jornada. Se hacen más claros y relevantes cada día.

¿Alguna vez has recibido un mensaje de Dios? ¿Dudaste de su procedencia? ¿Lo descartaste, y a pesar de ello te perseguía? Yo creo que Dios nos envía mensajes. Queda de nosotros convertirnos, como lo sugirió una vez La Palabra Diaria, en detectives espirituales, siempre alertas a las claves y comunicados de Dios. No cuestiones si el mensaje es para ti. Claro que lo es. De otra manera, no lo hubieses notado. ¡Levántate, amigo mío!

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